Bosque Remanente
A nivel global, los bosques cubren el 30% de la superficie continental del planeta, y albergan el 80% de las especies de las especies terrestres de animales, plantas e insectos (WWF 2018). En 1990, el bosque nativo cubría 14,6 millones de ha (58,7% de la superficie del Ecuador continental); hacia 2016, se había reducido a 12,6 millones (50,8%) (MAE 2018). Las causas próximas y subyacentes de la pérdida de bosques varían por región y a lo largo del tiempo. Por ejemplo, en la Amazonía del Ecuador, los principales motores de deforestación tienen que ver con la expansión de actividades agrícolas, ganaderas y de plantaciones de palma aceitera, asociada principalmente a pequeños productores (Piotrowski 2019).
Los bosques nativos tienen una gran diversidad de fauna y flora, y proveen importantes bienes y servicios, incluyendo materiales para construcción, combustible y productos forestales no maderables; además, son una base importante para actividades de turismo de naturaleza. Sin embargo, estos bienes y servicios muchas veces no son identificados ni valorados de forma adecuada por las poblaciones beneficiadas (Segura et al. 2015). Esa gran diversidad les confiere una complejidad tal que les permite ser más resilientes frente a posibles disturbios, ya sean climáticos y hasta antrópicos, cuando estos no son permanentes. Como se había mencionado anteriormente, los bosques nativos cumplen un rol muy importante en la captura de grandes cantidades de dióxido de carbono, rol crítico en el contexto actual de cambio climático.
Los bosques andinos son claves en la regulación del ciclo hidrológico. Por ejemplo, en los bosques nublados, la vegetación intercepta la niebla (lluvia horizontal), proceso que puede aportar entre el 5% y el 35% de las entradas por precipitación en cuencas dominadas por estos ecosistemas (Tobon 2009). Las condiciones de neblina permanente y baja temperatura aumentan la humedad relativa. La combinación de estos factores reduce pérdidas de agua por evaporación y transpiración (Célleri y Feyen 2009). Los bosques también ayudan a la conservación del suelo y sus nutrientes, lo que a su vez permite almacenar agua en el suelo y mantener la calidad de los acuíferos subterráneos.
Las consecuencias de la deforestación del bosque nativo son tan diversas como lo son los servicios que provee. Los efectos hidrológicos pueden ser engañosos a corto plazo: en los primeros años, el suelo descubierto o con vegetación en crecimiento requiere menos agua, lo que aumenta la escorrentía hacia los ríos y hace que su caudal se incremente (Quintero 2010). Sin embargo, la falta de vegetación, de raíces que permitan la infiltración del agua, y el permanente lavado de los nutrientes del suelo por la lluvia fomentan un proceso de erosión que se empieza a evidenciar aproximadamente después de tres años. Esta dinámica reduce a su vez la capacidad de regulación hídrica, al disminuir la cantidad de agua en el río durante la época seca (Célleri y Feyen 2009).
Las parroquias con mayor remanencia de bosque se encuentran en la Amazonía; en las vertientes exteriores de la cordillera Oriental de los Andes; en las vertientes exteriores de la cordillera Occidental, entre Cotopaxi, Pichincha, Imbabura y Carchi; en la zona oriental de Esmeraldas, y a lo largo de la cordillera de la Costa. En el callejón interandino y en la Costa existe una matriz consolidada con baja remanencia de bosques, especialmente en ecosistemas de bosque seco de la costa, bosque seco andino y arbustal andino (< 25% del área parroquial).