Ganadería

En América del Sur, la mayor parte de tierra deforestada ha sido finalmente utilizada en sistemas extensivos de pastoreo (DeSy et al. 2015). Este tipo de sistema se caracteriza por una reducida diversidad genética para una producción masiva de diferentes derivados ganaderos. En el pasado, el patrón observado en América Latina fue la deforestación en zonas de bosque seco debido a sus condiciones, propicias para la crianza del ganado. Posteriormente, este sistema se extendió a zonas de bosque tropical húmedo (WRM 2004).

Esta inclinación a destinar las tierras deforestadas al pastoreo se debe a que la crianza de ganado es una actividad que requiere una menor inversión, sobre todo de mano de obra, y es de bajo costo en comparación con los usos agrícolas del suelo (Rudel, Bates y Machinguiashi 2002). En general, los sistemas ganaderos en Ecuador son de baja productividad, lo cual se asocia con la necesidad continua de ampliar las áreas de pastos sobre remanentes de ecosistemas naturales (Barahona y Beillard 2015). Especialmente en los paisajes andinos, las pobres prácticas de manejo de los sistemas ganaderos generan procesos de degradación ambiental, incluyendo erosión del suelo y contaminación de fuentes de agua.

Al igual que lo que se observa en cultivos destinados a la exportación (p. ej., banano, palma aceitera, flores) o a la industria local (p. ej., maíz, caña de azúcar), los pastizales están vinculados a importantes procesos de concentración de tierra. Si bien no se tienen datos actualizados, el Censo Nacional Agropecuario evidencia que en el año 2000, el 46% de las unidades de producción agropecuaria (UPA) tenía menos de cinco hectáreas y abarcaba apenas el 2,5% de la superficie de pastizales. Por su parte, el 1,5% de las UPA tenía más de 200 hectáreas y abarcaba el 25% de la superficie de pastizales (INEC 2000).

Aparte de los impactos en la fertilidad del suelo, las repercusiones en la transformación de bosque en tierra para pastoreo tienen connotaciones ambientales que es importante mencionar. La tala de bosques (que almacenan entre el 60% y 70% del carbono total del planeta) genera la emisión de gases de efecto invernadero: entre el 6% y el 17%, según estiman Baccini et al. (2012). Por otro lado, los pastizales absorben menos carbono que otras tierras de producción agrícola. La biodiversidad, entonces, no solo es afectada por la deforestación, sino también por el monocultivo de plantas para pastoreo.

En las zonas altas de los Andes, la ganadería extensiva también está afectando al ecosistema de páramo, cuya composición suelo-vegetación-clima lo hace muy frágil para este tipo de actividad. El suelo del páramo es especialmente importante por su capacidad de almacenar agua durante la época lluviosa y de liberarla lentamente durante la época seca; a esto se lo denomina “servicio ecosistémico de regulación hídrica”. La sobrecarga, por el pisoteo del ganado, reduce la capacidad de almacenamiento del suelo, lo que a su vez proporciona menor cantidad de agua durante el estiaje. Además, los animales, al alimentarse del pajonal de páramo, arrancan la vegetación y dejan al suelo sin protección ni mecanismo para captar el agua de la neblina; de esta forma, se aceleran la erosión del suelo y la pérdida o reducción de la regulación hídrica (Hofstede et al. 2014).

El mapa muestra la información proveniente de la segunda fase de vacunación de fiebre aftosa llevada a cabo por Agrocalidad en el año 2015. En ella se identificó el número de cabezas de ganado existentes en el país a nivel parroquial (vacuna por cabeza de ganado). Además, la densidad fue calculada a partir del área de pastizal existente en cada parroquia, de acuerdo a la información geográfica de Sistemas Productivos (2009-2015) del Ministerio de Agricultura. A un nivel general, el mapa muestra parroquias donde puede existir una presión alta sobre los ecosistemas remanentes, o donde el sobrepastoreo puede generar degradación del suelo.